Las 15 mejores frases de Sigmund Freud

Para entender muchos de los aspectos sobre los cuales están fundamentados los principios de la psicología moderna es necesario haber consultado, al menos una vez, a Sigmund Freud.

Así pues, nos hemos tomado el atrevimiento de adentrarnos en su «yo interior» que dejó plasmado en la siguiente recopilación de sus mejores citas célebres…

1. He sido un hombre afortunado en la vida: nada me fue fácil.

2. Existen dos maneras de ser feliz en esta vida, una es hacerse el idiota y la otra serlo.

3. El que ama, se hace humilde. Aquellos que aman, por decirlo de alguna manera, renuncian a una parte de su narcisismo.

4. La ciencia moderna aún no ha producido un medicamento tranquilizador tan eficaz como lo son unas pocas palabras bondadosas.

5. Todo chiste, en el fondo, encubre una verdad.

6. Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla.

7. Fumar es indispensable si no se tiene a nadie a quien besar.

8. Si la inspiración no viene a mí salgo a su encuentro, a la mitad del camino.

9. Con solo temer a la mediocridad, ya se está a salvo.

10. Es un buen ejercicio ser del todo sincero consigo mismo.

11. La religión es comparable con la neurosis infantil.

12. El primer humano que insultó a su enemigo en vez de tirarle una piedra fue el fundador de la civilización.

13. Cualquiera que despierto se comportase como lo hiciera en sueños sería tomado por loco.

14. Solo la propia y personal experiencia hace al hombre sabio.

15. Cada uno de nosotros tiene a todos como mortales menos a sí mismo.

BONUS

  • De nuestras vulnerabilidades vienen nuestras fuerzas.
  • He aquí la gran incógnita que no he podido resolver, a pesar de mis treinta años de investigación sobre el alma femenina: ¿Qué es lo que quiere la mujer?
  • Un buen día, echando la vista atrás, se dará usted cuenta de que estos años de lucha han sido los más hermosos de su vida.
  • La más clara prueba de que existe vida inteligente en otros planetas, es que aún no han venido a visitarnos.

Biografía de Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis

Existen pocas personas hoy en día que no tengan idea de quien fue Sigmund Freud, quizá el psicoanalista más destacable de la historia. Nacido el 6 de mayo de 1856 en Freiberg, República Checa, fue hijo Jakob Freud y Amalia Nathansohn, quien era su tercera esposa. Su padre era un estudioso de la Torá y practicaba el judaísmo jasídico, una rama de la fe ortodoxa hebrea en la cual era muy célebre.

Contrario a ello, no tuvo suerte en los negocios y pasaba por estrecheces económicas cuando Freud era un bebé, por lo cual la familia se trasladó hasta Leipzig en 1859 y al año siguiente residieron en Viena.

A los nueve años, Freud ingresó al Leopoldstädter Kommunal-Realgymnasium, donde pronto se convirtió en un alumno adelantado.

Amaba la literatura y la lengua, llegando a leer obras no solo en alemán, sino también en francés, español, latín, griego, italiano y hebreo. Fue un ávido lector de Shakespeare en inglés. Se graduó con todos los honores en 1873 y a los 17 años, entró a la Universidad de Viena a cursar Derecho, aunque más adelante se decantaría por la Medicina.

Durante su residencia en el Hospital General de Viena, desarrolló un gran interés por los trastornos del sistema nervioso, dedicándose ampliamente a la psiquiatría.

Entre sus numerosos estudios destacaría el análisis de los sueños, un método que asociaría con los traumas de la infancia y algunas condiciones como el complejo de Edipo. De tales conceptos surgió la publicación más emblemática de su obra, La interpretación de los sueños, que vio la luz en 1900.

Para 1902 contaba con una titulación como profesor titular de la Universidad de Viena y era conocido por la animadversión que despertaba en sus colegas. Siempre le gustó trabajar solo en sus investigaciones.

En 1923 le detectaron un cáncer en la mandíbula, por el que hubo de someterse a un doloroso tratamiento.

Con la ocupación de 1938 de Austria, por las tropas nazis, tuvo que huir a Londres en compañía de su hija Anna; no sin que antes fueran interceptados por un interrogatorio de la Gestapo.

Era la medianoche del 23 de septiembre de 1939 cuando Max Schur, amigo íntimo y médico de cabecera, le aplicó una dosis letal de morfina a pedido suyo, pues el cáncer de mandíbula se había vuelto insoportable. De Freud se recordarían sus últimas palabras durante tal momento: Das ist absurd! (¡Es absurdo!)

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